ÉXTASIS DE LA BEATA LUDOVICA ALBERTONI, 1671-1674, GIANLORENZO BERNINI (1598-1680)

 



Este domingo tenía el pensamiento de realizar un análisis del Éxtasis de Santa Teresa pero, al repasar la obra de Bernini, recordé esta escultura igual de fascinante y obviamente cambie de opinión. La escultura que tenemos aquí presente se trata del Éxtasis de la Beata Ludovica Albertoni realizada entre los años 1671-1674 por el brillante escultor italiano del barroco Gianlorenzo Bernini en mármol y jaspe. Se encuentra ubicada en la Iglesia de San Francesco a Ripa de Roma.

Antes de comenzar la descripción de la escultura, es necesario hablar de la figura de Ludovica Albertoni. Ludovica fue una mujer noble de Roma que ingresó en la Orden de los Franciscanos tras la muerte de su marido. Vivió una vida piadosa trabajando para los pobres bajo la protección de los padres franciscanos de la Iglesia de San Francesco de Ripa, lugar este donde fue enterrada en 1533. Ludovica sería recordada especialmente por sus visiones místicas y con el paso de los años esta iglesia se convirtió en lugar de culto para esta mujer siendo beatificada en 1671, año en el que la familia Alteri decide construir una capilla dedicada a ella. Fueron varios los artistas que presentaron sus proyectos pero finalmente fue a Bernini a quién se le encargó el trabajo que decidió aceptarlo sin cobrar. Tengamos en cuenta que esta escultura fue realizada en la misma línea que el Éxtasis de Santa Teresa y en la plenitud de su carrera, prácticamente en sus últimos años de vida. Se sabe además que Bernini conocía bien a Ludovica, ya que está había manifestado en repetidas ocasiones haber vivido experiencias de visiones y éxtasis místicos, de modo que fiel a la imagen que se tenía de ella, el artista quiso representarla en el momento previo a su muerte.

Si nos atenemos a la definición de éxtasis en la religión, sabremos que podría definirse como "un estado del alma caracterizado por cierta unión mística con Dios mediante la contemplación y el amor, y por la suspensión del ejercicio de los sentidos". En esta escultura destaca por encima de todo el rostro cargado de gran dramatismo y profunda agonía, debatiéndose prácticamente entre la vida y la muerte, recreando lo que sería un auténtico "éxtasis divino" con la luz celestial que entra magistralmente por una ventana oculta, refleja el encuentro inminente con el señor. Bernini nos muestra a Ludovica en una posición reclinada (composición en diagonal) con las manos estremecidas sobre su pecho, lo que enfatiza de esta forma el foco más fuerte de la composición centrado en el rostro de la beata y que, con la conciencia totalmente perdida, simula un éxtasis místico o divino. Asimismo, dos grupos de ángeles querubines (ambas composiciones triangulares) realizados en estuco velan por el alma de la beata, se observa que algunos contemplan la escena atónitos. Todos los detalles de la capilla, incluyendo la luz celestial que entra por la claraboya oculta, forman parte de la obra como un todo. Esta obra define muy bien el término conocido como "bel composto", lo que demuestra así que las tres bellas artes (arquitectura, escultura y pintura) pueden fusionarse y convivir juntas de forma bella creando un marco arquitectónico incomparable. El altar se encuentra compuesto además por un bello lienzo de la Virgen y el Niño con Santa Ana, obra de Giovanni Battista Gaulli (El Baciccio), una paloma blanca en lo alto que representa al espíritu santo, así como bellos motivos ornamentales de tonos dorados realizados en madera y relieve, que contrastan con la bellísima escultura tallada en mármol blanco.

Gianlorenzo Bernini nació el 7 de diciembre de 1598 en Nápoles, formado en el taller de su padre Pietro, también pintor y escultor. Inspirado por el pasado artístico de Roma y por la antigüedad y, al mismo tiempo, profundamente impresionado por la espiritualidad religiosa de San Ignacio de Loyola, crece en un ambiente que tendrá efectos duraderos sobre él mismo y sobre su concepción de arte. Sus más tempranos ensayos los realiza en la pintura. Con todo, su biógrafo Filippo Baldinucci, que en 1682 publicó en Florencia una semblanza de Bernini, nos hace saber que ya con ocho años empezó a trabajar con esculturas y que con dieciséis realizaba encargos él solo por lo que su virtuosismo al tratar el mármol ya se revela como una predisposición genuina de la perfección temprana, unida a la habilidad de presentarle al observador la escultura como parte determinante del espacio en el que actúa. Bernini sería la personalidad artística que marcará profundamente el arte de Roma en el siglo XVII y su influencia en el arte de su época sobrepasa con mucho la de cualquier otro artista anterior. 

Por último, a la hora de hablar de la escultura barroca en Italia, de sobra es conocido que con Miguel Ángel la escultura llegó a su máximo esplendor. La escultura manierista tras la muerte de Miguel Ángel fue muy abundante pero de calidad limitada, centrada sobre todo en la escultura decorativa y a la restauración de piezas de la antigüedad clásica. La escultura barroca renuncia a una visión unilateral de las figuras que era lo que se propuso el manierismo. Por lo tanto, tenemos una escultura mucho más movida aunque por regla general no es escultura independiente, suele estar enmarcada en un cuadro arquitectónico fuera del cual no se entiende en su totalidad. Está concebida dentro de un espacio, ya sea arquitectónico o espacial. 

La base de esta escultura es el naturalismo, una constante para el barroco aunque más que interpretar la naturaleza lo que se intenta es observarla y copiarla. Tendremos una escultura que transmitirá sentimiento, pasiones, y así vemos como se representa lo espantoso, lo cruel, por lo que ese naturalismo propiciará el retrato, que no sólo es parecido sino también psicológico. Si hacemos una comparación entre la escultura del renacimiento y la del barroco, la del renacimiento es una escultura totalmente simétrica, ahora encontramos en el barroco una escultura totalmente asimétrica. Si el renacimiento se caracterizaba por la plasticidad, el barroco se caracteriza por el pictoricismo. Al idealismo naturalizado del renacimiento se contrapone en el barroco un naturalismo pleno. En el renacimiento vemos un movimiento en potencia, y en el barroco un movimiento en el acto.  
 



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